Quito, Teatro Nacional, 19 de octubre de 2016. Auditorio lleno. Joan Clos, Saskia Sassen, Richard Sennett y Ricky Burdett, cuatro peces gordos del urbanismo, presentan “The Quito Papers”, contrapunto teórico a la Nueva Agenda Urbana. Se discute sobre la herencia funcionalista de la Carta de Atenas, manifiesto de arquitectura moderna de los años 30, y sobre cómo repensar la ciudad. Esta última es compleja, incompleta, porosa, un artefacto político inacabado. Ya en la discusión, Sennett comenta que hoy en día las gated communities deberían de ser ilegales. Eufóricos, aplaudimos.
Paradoja: Hábitat III, conferencia sobre vivienda y desarrollo sostenible organizada por Naciones Unidas cada 20 años, fue eso mismo, un enclave. En aquel instante, y durante los cuatro días que duró el congreso, fuimos cómplices de una comunidad cercada, de acceso restringido, y dentro de la cual la participación de cada quién estaba claramente delimitada y jerarquizada. No se trata de alarmarse, sino de reconocer el terreno: era, después de todo, un evento de la ONU (es decir, no un tiempo para el recogimiento, sino para la puesta de escena).
Sin embargo, es preciso señalar la incongruencia entre la narrativa oficial de Hábitat III, la organización de la conferencia en sí, y lo que sucedía a dos calles de allí. El debate sobre el futuro de nuestras ciudades se hizo al margen de la ciudad misma, ajeno a Quito y a la mayoría de su población. La ciudad abierta se imaginaba en una ciudad amurallada y excluyente donde una cuarta pared separaba a quienes tenían el privilegio de la palabra de aquellos que tenían el derecho a la escucha – o por lo menos el de hacer fila.
Mientras estábamos en aquel auditorio, el geógrafo David Harvey, ineludible en cuestiones sobre el Derecho a la Ciudad, participaba en un encuentro en el Mercado de San Roque, situado en una zona muy estigmatizada de Quito. Estaba acompañado mayoritariamente de vecinos del barrio, sin publicidad, sin seguridad, sin auditorio. Si teorizar la ciudad es necesario, no podemos hacer ciudad sin tejer redes de afecto, y esto supone devolverle el cuerpo en estos “espacios de esperanza” cotidianos, abiertos y transitados, como puede ser un mercado (¡ay, no los gentrifiquemos todos!).
Va de nuevo: Hábitat III se contradijo al abogar por una cierta imagen de ciudad (muchas) y practicar su opuesto (inevitablemente). No obstante, si el Teatro Nacional de Quito sirvió como escenario para reproducir las relaciones de poder vigentes en la ciudad y en el gremio del urbanismo, el teatro es también un lugar y una experiencia desde la cual luchar por recuperar la calle. Por un lado, el juego nos permite refutar la existencia de roles fijos y no intercambiables, mientras que por otro, el arte en general abre camino a otros modos de percibir y de hacer. La manera en que eso que llamamos artes vivas se aproxima al cuerpo, al espacio, a lo no-humano, y a los afectos – por ejemplo – nos permite pensarnos y relacionarnos desde un lugar distinto al del urbanismo clásico, con otra mirada (sí, una evidencia más). Saskia Sassen habla de recapturar la ciudad; para ello hay que habitarla. Un cuerpo presente, consciente de su potencia, que decide caminar a otros ritmos, sentir una plaza, o simplemente permitirse el placer de la contemplación y de lo inútil, es capaz de propiciar vivencias que son esenciales para la vida cotidiana, para no morir de lo que nos mata, como diría mi amiga Lupe. Por ello considero pertinente profundizar el diálogo entre la investigación artística y la práctica urbanística. No solo hablar de aquellas intervenciones artísticas en la ciudad, sino considerar las artes vivas como elemento constituyente del proceso urbano y devolver el urbanismo a la calle…a las carnes.
Madrid, octubre de 2016.
*Imagen: Habitat III.